JUAN RULFO Y LOS DESAPARECIDOS EN MÉXICO.

  
 - "Me mataron los murmullos“.¿Por qué? 

Un secuestrado o desaparecido político en México es lo más parecido a un personaje de Pedro Páramo, en donde los presidentes lo eran todo ¿O son, seguirán siendo?. Inclusive lo bueno y lo malo. La hojas de un árbol no se movían, si no había orden presidencial previa. Sin embargo, ellos lo niegan. José López Portillo había dicho a sus 81 años: “Yo siempre actué hasta donde pude, pero con rectitud”. 

En Comala como en México, no hay otro poder que el del patriarca: "todos somos hijos de Pedro Páramo" ¿Todos somos hijos de Porfirio Díaz o López Portillo? La parodoja de esta paternidad sin freno es que conduce a la sequía. A medida que el cacique se apodera de más tierras y más mujeres, la región se transforma en un yermo. Nada escapa a los actos del cacique, incluso el desierto representa un saldo de su voluntad. Pedro Páramo es el artífice del polvo; el "padre de todos" vive entre mujeres secas, que sueñan que dan a luz una cáscara. Tierra sembrada de fantasmas, Comala es un páramo. Pedro Páramo es un cadáver aplazado que procrea. 

En México, los muertos por desaparición forzosa adquieren cabal autonomía y el agente policíaco se disipa entre sus sombras, como en Comala. No es de extrañar entonces, que abunden las palabras sueltas, dichas por gente ilocalizable o desaparecida. En este tejido de frases independientes, un grito atraviesa la noche: "¡ay vida, no me mereces!" o alguien canta: "mi novia me dio un pañuelo / con orillas de llorar...". ¿Quién habla? "Ruidos. Voces. Rumores", responde el carcelero. Cuando Preciado "muere" y se convierte en otro heraldo sin cuerpo, de los 275 desaparecidos durante la “guerra sucia” documentados en el sistema político mexicano, rompe su última atadura con el mundo exterior: Comala ¿México? es ya un espacio separado de su entorno; lejos, muy lejos, quedan Los Confines. El habla de Pedro Páramo ha dado lugar a discutibles elogios antropológicos de la nota roja. Se asegura que Rulfo convierte al narrador en un hábil taquígrafo del lenguaje coloquial y en un misionero políticamente correcto que otorga voz a quienes no la tienen, sobre todo si están muertos o desaparecidos sin haber dejado constancia judicial.

Comala como cualquier calabozo de las cárceles de México ha acostumbrado a los suyos a tal calor que los que se van al infierno regresan por su cobija. Sólo en los recuerdos de las mujeres privadas de su libertad sopla un viento oloroso a limones. En este paraje yermo, agotado, basta el brote de una hoja o la mención del agua para lograr un efecto estremecedor, en especial para quienes han vivido la experiencia en “el pocito”. En Comala, al igual que el secuestrado que sufre el chiquero en cautiverio, una boca se sacia si le dan "algo de algo". 

Ningún campesino desaparecido, ha hablado como personaje de Rulfo, pero pocos diálogos parecen tan "auténticos" como los de Pedro Páramo. Este espejismo de la naturalidad depende de numerosos recursos del entorno hostil que se agencia el secuestrado, para enriquecer su imaginación y su lenguaje: "si consintiera en mí", hasta llegar a la poesía dicha por error:"tú que tienes los oídos muchachos", las tautologías casi metafísicas:"Esto prueba lo que te demuestra" o "Si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio". Después de pasar “apandado” a pan y agua tres meses. O simplemente abordar el veloz teatro del absurdo:—¡Váyase mucho al carajo! Las hojas del calendario caen marchitas día tras día como si fueran largos años y no milésimas de segundos en la ignorada por Fox, historia de México. En el suelo, las hojas sin vida se confunden con las promesas incumplidas del Presidente de la República esparcidas durante doce meses. El tiempo ha ido más rápido que los quince minutos de Vicente Fox. 

Comala ¿México? Peligrosamente se ha convertido un pueblo de residuos: almas sin cuerpos, hojas sin árboles, nombres sin rostros. Esto último resulta decisivo para enrarecer la atmósfera: Damiana Cisneros, Eduviges Dyada, Fulgor Sedano, Toribio Aldrete contribuyen a la sensación de asfixia: el pueblo sin nadie está sobrepoblado. Juan Rulfo, junta palabras como guijarros pobres hasta alcanzar peculiar elocuencia: "Oía de vez en cuando el sonido de las palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras que había oído hasta entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños". Las frases se muerden la cola y forman anillos de polvo: "jugaba con el aire dándole brillos a las hojas con que jugaba el aire".

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