EL DEBATE, SEGÚN MARCUS TULLIUS CICERO.



El discurso tiene generalmente dos partes, una a favor del tema y otra en contra. Esto es así desde tiempos inmemoriales y el no respetar esta coyuntura ha degenerado la retórica al grado que a partir del siglo I después de Cristo, dejó de ser un ejercicio real para convertirse en taller escolar hasta nuestros días.

Justamente es el IEV, quién ha sacado del ceniciento baúl de los recuerdos al gran “Cicero”, a propósito de los debates que en unos días, iniciadas las campañas políticas se propone organizar ese instituto electoral como parte de estas actividades no “exclusivas”, pero tampoco prohibidas según sus propias normas.

Al erigirse como cocinero único de los debates, el IEV, echó un condimento al guiso que originalmente no lleva. Quizá sea, por que sin ser chef, pensó en poner sabor al caldo, agregándole una pizca de algo, sin saber exactamente que, al dictar “condiciones-condimentadas” que no fueron reglamentadas con anterioridad al acuerdo de debatir, como es la de prohibir el derecho de réplica.

No debemos olvidar que el objetivo de los debates es entrever quién es el candidato que tenemos enfrente, hacia dónde se dirige el candidato o los candidatos que debaten entre sí ideas, propuestas y reclamos, a qué se comprometen y sí están capacitados para aspirar al cargo y, lo más importante, hacia dónde vamos a ir todos juntos si votamos por el candidato de nuestra preferencia.

El debate también puede servir, si se organiza bien, para conocer ciertos aspectos de los candidatos al verlos actuar en directo bajo cierta presión, cómo organiza y procesa sus ideas para “RESPONDER CUESTIONAMIENTOS” de su adversario político, su capacidad de improvisación para resolver un tema–asunto frente a decenas de miles de miradas de los electores, quienes seguramente no volverán a tener igual oportunidad de verlos actuar, porque una vez que asuman el poder, las decisiones importantes las van tomar casi siempre, en la soledad de su despacho.

Al no incluir en los debates el derecho de réplica, es como guisar caldo de liebre sin liebre. Esto significa que, por mucho que se hubieran relajado las partes torales de todo discurso clásico en el devenir del tiempo, es imposible asimilarlo sin la “argumentatio” _argumentación_ que es una de las partes más importantes del discurso.

Desde luego la argumentación en todo discurso que se precie de ello, no se concibe sin el apoyo de la “confirmatio” _pruebas_ y la “refutatio” que hoy se conoce como el derecho de réplica y que, simple y llanamente consiste en la respuesta a los argumentos del adversario. Ambas partes, separadas por el grueso de un cabello, que no siempre se distinguen una de otra, porque suelen ir de la mano, cuando cada nigromante de la retórica deja muy claro que llegado ese momento debe afirmar con rotunda franqueza: “He aquí mi dicho, que viene fundado en estas pruebas.”
Más aún, sin esta parte importante del discurso, jamás se podrá alcanzar el súmmum de la intervención, la parte conmovedora, la pieza patética de la oratoria, la catarsis entre el verbo y su rapsoda que consigue lo que pretende durante el grandilocuente diserto. ¿Comprende amable lector? Por ello, cuando en forma locuaz el IEV cercena la “refutatio”—Derecho de Réplica---, está cancelando sin remedio el acceso directo a la “Peroratio” que es la parte contundente del discurso y en donde el persuasivo panegirista remata su contumaz mensaje.

Por tanto, para sensibilizar al IEV, a que reflexione sobre la necesidad de incluir el derecho de réplica en los debates, Fabricante de espejos, lenguaraz como es, considera innecesario detenerse en las obras de Salustio y Tito Livio, que introduce en su “Ab Urbe Condita” más de 400 discursos de todo tipo, en los que se sigue las normas de la oratoria clásica. Así, va en prenda esta propuesta! Salud!











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