ANDRÉS Y LA GUERRA DE LAS MALVINAS.





Hace unos días nos visitó el Príncipe Andrés que como todos sabemos es miembro destacado de la familia Real Británica actualmente se ocupa de una cartera importante de comercio, es Representante Especial de Comercio e Inversión del Reino Unido, aunque en las publicaciones de chismes globales es más conocido por sus pleitos conyugales que por sus actividades profesionales. En 1978, Andrés de York se alistó en la Marina Real Británica. Durante la Guerra de las Malvinas sirvió en el barco "HMS Invincible", donde se desempeñó en misiones de combate como piloto de helicópteros Sea Harriers. Ascendió al grado de Comandante hasta su baja el año 2001. Mientras Andrés anda de gira latinoamericana, el Malvinense que se edita por periodistas argentinos, denuncia desde hace más de un año, que la cuarta petrolera británica que explora y explota a 300 kilómetros de Tierra del Fuego, al sur de Malvinas, en cercanías a Tierra del Fuego, junto con la BHP Billiton que además de petrolera, opera como minera en las provincias de Cuyo. El Banco Barclays es también accionista de esta empresa petrolera.

El asunto es de doble filo porque los pozos petroleros que perforan están ubicados a 300 kilómetros de la Isla de los Estados, provincia de Tierra del Fuego. De Malvinas, el punto más cercano se encuentra a 180 kilómetros y el más distante a 200, de la capital de las Islas Malvinas se encuentra a 280 kilómetros. La prensa británica miente sobre las medidas donde se ubican los pozos para que no impacte la cercanía de las exploraciones petroleras en la población que poco sabe sobre el nuevo saqueo inglés. Uno de los pozos se encuentra a menos de 3 kilómetros del límite territorial con Argentina, impuesto por Inglaterra en 1986, ya que antes de esa fecha, el mar le pertenecía a la hermana nación sudamericana. Argentina, que ha sido atracada por las familias petroleras de los Bush, Chenney y las compañías Británicas que pusieron a la Argentina de rodillas en las últimas dos décadas.
Al año de la Guerra de las Malvinas, el 3 de abril de 1983, el escritor Gabriel García Márquez publicó este conmovedor texto en El Espectador. Pronto se cumplirán 28 años desde que Argentina intentó reivindicar su derecho a las islas frente al Reino Unido. Esa guerra cambió el panorama político en América del Sur, con la dictadura militar a cuestas con la derrota, pero también fortaleciendo la otra dictadura pinochetista que apoyó a Reino Unido con bases de operación y vuelos encubiertos; según se supo mucho después. También será recordado, porque Margaret Tatacher -la primera ministra británica- trasladó material nuclear a esta parte del mundo según han revelado documentos desclasificados recientemente. En otras palabras, el horror de Hiroshima y Nagasaki pudo repetirse en América Latina.
Por ello, hoy recuerdo aquel pasaje oscuro de nuestro continente en la pluma genial del gran Gabo García Márquez para obtener un poco de luz y mirar con claridad lo que ocurre hoy en el mundo. Hela aquí… “Las Malvinas un año después”, por Gabriel García Márquez.

“Un soldado argentino que regresaba de las Islas Malvinas al término de la guerra llamó a su madre por teléfono desde el Regimiento I de Palermo en Buenos Aires y le pidió autorización para llevar a casa a un compañero mutilado cuya familia vivía en otro lugar. Se trataba —según dijo— de un recluta de 19 años que había perdido una pierna y un brazo en la guerra, y que además estaba ciego. La madre, feliz del retorno de su hijo con vida, contestó horrorizada que no sería capaz de soportar la visión del mutilado, y se negó a aceptarlo en su casa. Entonces el hijo cortó la comunicación y se pegó un tiro: el supuesto compañero era él mismo, que se había valido de aquella patraña para averiguar cuál sería el estado de ánimo de su madre al verlo llegar despedazado.

Esta es apenas una más de la muchas historias terribles que durante estos últimos doce meses han circulado como rumores en la Argentina, que no han sido publicadas en la prensa porque la censura militar lo ha impedido, y que andan por el mundo entero en cartas privadas recibidas por los exiliados. Hace algún tiempo conocí en México una de esas cartas, y no había tenido corazón para reproducir algunas de sus informaciones terroríficas. Sin embargo, revistas inglesas y norteamericanas celebraron este dos de abril el primer aniversario de la aplastante victoria británica, y me parece injusto que en la misma ocasión no se oiga una voz indignada de la América Latina que muestre algunos de los aspectos inhumanos e irritantes del otro lado de la medalla: la derrota argentina. La historia del joven inválido que se suicidó ante la idea de ser repudiado por su madre, es apenas un episodio del drama oculto de aquella guerra absurda.

Ahora se sabe que numerosos reclutas de 19 años que fueron enviados contra su voluntad y sin entrenamiento a enfrentarse con los profesionales ingleses en las Malvinas, llevaban zapatos de tenis y muy escasa protección contra el frío, que en algunos momentos era de 30 grados bajo cero. A muchos tuvieron que arrancarles la piel gangrenada junto con los zapatos y 92 tuvieron que ser castrados por congelamiento de los testículos, después de que fueron obligados a permanecer sentados en las trincheras. Sólo en el sitio de Santa Lucía, 500 muchachos se quedaron ciegos por falta de anteojos protectores contra el deslumbramiento de la nieve.

Con motivo de la visita del Papa a la Argentina, los ingleses devolvieron mil prisioneros. Cincuenta de ellos tuvieron que ser operados de las desgarraduras anales que les causaron las violaciones de los ingleses que los capturaron en la localidad de Darwin. La totalidad debió ser internada en hospitales especiales de rehabilitación, para que sus padres no se enteraran del estado en que llegaron: su peso promedio era de 40 ó 50 kilos, muchos padecían de anemia, otros tenían brazos y piernas cuyo único remedio era la amputación, y un grupo se quedó interno con trastornos psíquicos graves.

“Los chicos eran drogados por los oficiales antes de mandarlos al combate”, dice una de las cartas de un testigo. “Los drogaban primero a través del chocolate, y luego con inyecciones, para que no sintieran hambre y se mantuvieran lo más despiertos posible”. Con todo, el frío a que fueron sometidos era tan intenso que muchos murieron dormidos. Tal vez fueron los más afortunados porque otros murieron de hambre tratando de extraer la pasta de carne que se petrificaba dentro de las latas. En este sentido, mucho es lo que se sabe sobre la barbarie de la logística alimenticia que los militares argentinos practicaron en las Malvinas. Las prioridades estaban invertidas: los soldados de primera línea apenas si alcanzaban a recibir unas sardinas cristalizadas por el hielo, los de la línea media recibían una ración mejor, y en cambio los de la retaguardia tenían a veces la posibilidad de comer caliente.

Frente a condiciones tan deplorables e inhumanas, el enemigo inglés disponía de toda clase de recursos modernos para la guerra en el círculo polar. Mientras las armas de los argentinos se estropeaban por el frío, los ingleses llevaban un fusil tan sofisticado que podía alcanzar un blanco móvil a 200 metros de distancia, y disponían de una mira infrarroja de la más alta precisión. Tenían además trajes térmicos y algunos usaban chalecos antibalas que debieron ocasionarles trastornos mentales a los pobres reclutas argentinos, pues los veían caer fulminados por el impacto de una ráfaga de metralla, y poco después los veían levantarse sanos y salvos y listos para proseguir el combate. Las tropas inglesas estaban una semana en el frente y luego una semana a bordo del “Canberra”, donde se les concedía un descanso verdadero con toda clase de diversiones urbanas en uno de los parajes más remotos y desolados de la Tierra.

Sin embargo, en medio de tanto despliegue técnico, el recuerdo más terrible que conservan los sobrevivientes argentinos es el salvajismo del batallón de “gurkhas”, los legendarios y feroces decapitadores nepaleses que precedieron las tropas inglesas en la batalla de Puerto Argentino. “Avanzaban gritando y degollando”, ha escrito un testigo de aquella carnicería despiadada. “La velocidad con que decapitaban a nuestros pobres chicos con sus cimitarras de asesinos era de uno cada siete segundos. Por una rara costumbre, la cabeza cortada la sostenían por los pelos y le cortaban las orejas”. Los “gurkhas” afrontaban al enemigo con una determinación tan ciega que de 700 que desembarcaron sólo sobrevivieron setenta. “Estas bestias estaban tan cebadas que una vez terminada la batalla de Puerto Argentino, siguieron matando a los propios ingleses hasta que éstos tuvieron que esposar a los últimos para someterlos”.

Hace un año, como la inmensa mayoría de los latinoamericanos, expresé mi solidaridad con Argentina en sus propósitos de recuperación de las Islas Malvinas, pero fui muy explícito en el sentido de que esa solidaridad no podía entenderse como un olvido de la barbarie de sus gobernantes. Muchos argentinos e inclusive algunos amigos personales, no entendieron bien esta distinción. Confío, sin embargo, en que el recuerdo de los hechos inconcebibles de aquella guerra chapucera nos ayude a entendernos mejor. Por eso me ha parecido que no era superfluo evocarlos en este aniversario sin gloria. Como nunca me parecerá superfluo preguntar otra vez y mil veces más —junto a las madres de la Plaza de Mayo— dónde están los ocho mil, los diez mil, los quince mil desaparecidos de la década anterior.”

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