DOS DEBATES PARA USTED ¿ FRÍOS O CALIENTES?
Si el debate fuera una bebida, sin duda se ordenaría
caliente. Imagínese en una ronda de amigos todos dispuestos a celebrar, los
menos, lo exigirían “!bien caliente y espeso!”. Porque el buen debate, al igual
que las bebidas espirituosas, una vez que entra al cuerpo de inmediato enciende
el cerebro y encandila la piel.
¿Quién duda que el
debate sea la columna vertebral de la actividad política? Sin debate la
política es un guiso sin presa. Es una fiesta sin música, es un día nublado. Es
la antesala del túnel. En cambio, una política con debates es el crisol de
donde emergerá la obra señera que guiará la ruta de las masas hacia una vida
mejor. Pero no, como van las cosas por
aquí, el debate es una bebida que se sirve fría en el menú de una fonda llamada
“México”. Hoy es una bebida desangelada, más cercana a la insípida medicina que
al exultante alipus.
En los días que corren,
por ley, el debate es un requisito secundario metido ahí con calzador, con un
una ligera capa de barniz para cubrir una fachada de democracia que no convence
a nadie. Ni siquiera guarda las formas de la tradición romana, y el no respetar
esta coyuntura ha degenerado la retórica al grado que ha dejado de ser un ejercicio real para convertirse en
taller escolar de atención en dislexia temprana.
Justamente es el Instituto
Federal Electoral (IFE), quién ha sacado del ceniciento baúl de los recuerdos
al gran “Cicero”, a propósito de los debates que en unos días, iniciadas las
campañas políticas debe de organizar ese instituto electoral como parte de
estas actividades obligatorias, pero tampoco prohibidas en los medios de comunicación,
si se guardan ciertos requisitos, según sus propias normas y que tanto temor
causan en algunos.
Al erigirse como
“Barman” único de los debates, el IFE, inventó una nueva bebida más cercana al
“toloache” que a la cicuta de Sócrates, porque con estas nuevas reglas “light”
a qué candidato le quitaría el sueño debatir en esas hilarantes condiciones.
¿Acaso no será jocoso ver un debate sin el derecho de réplica?
Cómo olvidar que el
objetivo de los debates es entrever quién es el candidato que tenemos enfrente,
hacia dónde se dirige el candidato o los candidatos que debaten entre sí ideas,
propuestas y reclamos, qué se proponen, a qué se comprometen y sí están
capacitados para aspirar al cargo y, lo más importante, hacia dónde vamos a ir
todos juntos, si votamos por el candidato de nuestra preferencia.
Si nos olvidamos de la
comedia, ya que, quiérase o no, México vive un drama. El debate debe servir, si
se organiza bien, para conocer ciertos aspectos de los candidatos al verlos
actuar en directo bajo cierta presión, cómo organiza y procesa sus ideas para “responder
cuestionamientos” de su adversario político, su capacidad de improvisación para
resolver un tema–asunto frente a decenas de miles de miradas de los electores,
quienes seguramente no volverán a tener igual oportunidad de verlos actuar,
porque una vez que asuman el poder, las decisiones importantes, las van tomar,
casi siempre en la soledad de su despacho.
Por mucho que se
hubieran relajado las partes torales de todo discurso clásico en el devenir del
tiempo, es imposible asimilarlo sin la “argumentatio” _argumentación_ que es
una de las partes más importantes del discurso.
Desde luego la
argumentación en todo discurso que se precie de ello, no se concibe sin el
apoyo de la “confirmatio” _pruebas_ y la
“refutatio” que hoy se conoce como el derecho de réplica y que, simple y
llanamente consiste en la respuesta a los argumentos del adversario. Ambas
partes, separadas por el grueso de un cabello, que no siempre se distinguen una
de otra, porque suelen ir de la mano, cuando cada nigromante de la retórica
deja muy claro que llegado ese momento debe afirmar con rotunda franqueza: “He
aquí mi dicho, fundado en estas pruebas.”
Más aún, sin esta parte
importante del discurso, jamás se podrá alcanzar la cumbre de la intervención, la
catarsis conmovedora, la pieza patética de la oratoria donde consigue lo que
pretende el grandilocuente diserto. ¿Comprende amable lector? Por ello, cuando
el IFE cercena la “refutatio”—derecho de réplica---, está cancelando sin remedio
el acceso directo a la “peroratio” que es la parte contundente del discurso y
en donde el persuasivo panegirista
remata su contumaz mensaje.
Para qué detenerme
entonces, en las obras de Salustio y Tito Livio, que introduce en su “Ab urbe condita” más de 400 discursos de todo tipo, en los que
sigue las normas de la oratoria clásica. Si el IFE, está empeñado en organizar
eventos en los que considera a usted y a mí, discapacitado electoral en las obras
de Marcus Tullius Cicero. Salud!!
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